En el fragmentado ecosistema de información actual, la confianza pública está en crisis. La proliferación de noticias falsas, las cámaras de eco ideológicas y la fatiga institucional han convertido la comunicación en algo más que un recurso táctico: hoy es un pilar fundamental de la gobernanza democrática.

En el centro de esta transformación se encuentra un cambio: la comunicación no es solo una función de apoyo a la gestión pública. Es un componente esencial. La comunicación estratégica puede generar consenso, legitimar decisiones y ayudar a gestionar la complejidad social de formas que los enfoques tradicionales, verticales y jerárquicos, no logran afrontar.

De la transmisión de mensajes a la influencia pública

Son varios los casos reales que muestran el impacto de la comunicación cuando se convierte en parte de las estrategias públicas e institucionales. En Argentina, por ejemplo, el podcast diario La Estrategia del Día, de Bloomberg Línea [1], se convirtió en una fuente clave de información económica para profesionales, empresarios e inversores. Al ofrecer un resumen de cinco minutos sobre los principales eventos financieros del día, con un lenguaje claro y fuentes fiables, se posicionó como un actor con credibilidad en un país a menudo dominado por rumores y especulaciones.

Su éxito no es casual. El podcast se apoya en formatos accesibles, un tono coherente y contenido dirigido por expertos. Lejos de ser un producto de marketing, se ha afianzado como una voz influyente en el panorama financiero de Argentina, lo que demuestra que la comunicación estratégica, cuando se ejecuta con credibilidad e intención, puede dar forma al discurso público y generar confianza a largo plazo.

Otro ejemplo reciente y especialmente relevante es la cobertura realizada por OLGA, uno de los canales de streaming más vistos de Argentina, durante las elecciones presidenciales de octubre de 2023. Con personalidades como Migue Granados, Nati Jota y Eial Moldavsky, el programa ofreció una retransmisión en directo de seis horas que combinó análisis político, entrevistas y debates en un formato accesible y plural. Participaron periodistas y referentes de distintos espacios ideológicos y de medios tradicionales, así como de nuevos canales —entre ellos Eduardo Feinmann, Luciana Geuna, Luis Novaresio y Pedro Rosemblat— en una mesa de debate diversa y con altura sobre los resultados electorales, el contexto social y los desafíos institucionales del país.

El especial alcanzó un pico de 78.000 espectadores simultáneos y acumuló más de 590.000 visualizaciones en YouTube, demostrando que es posible generar conversación política de calidad en formatos no tradicionales, con alcance masivo y sin perder rigor [2]. En un entorno saturado por la polarización, OLGA consiguió crear una esfera pública transversal que refuerza la idea de que la comunicación estratégica también puede surgir desde el ámbito privado para cumplir una función pública: informar, conectar y construir confianza.

Ética y rendición de cuentas en la comunicación institucional

A medida que la comunicación gana peso estratégico, su dimensión ética se vuelve ineludible. La transparencia, la veracidad y el respeto a las distintas audiencias son requisitos y no valores opcionales.

Quienes asesoran a líderes públicos y privados deben regirse con los mismos estándares que se exigen a quienes toman las decisiones. Aquellas tácticas manipuladoras y narrativas cortoplacistas erosionan la credibilidad y dañan la legitimidad democrática. Por el contrario, las voces institucionales que se expresan con coherencia y honestidad actúan como factores de estabilidad en tiempos de incertidumbre.

Las agencias como aliadas del interés público

Este papel ampliado también redefine la función de las agencias de comunicación. Nuestro valor no reside únicamente en la producción de materiales o la gestión de crisis reputacionales, sino en actuar como socios de pensamiento. Las agencias aportamos una perspectiva externa, claridad en el enfoque y la capacidad de traducir problemas complejos en narrativas comprensibles y centradas en las personas.

Al hacerlo, nos convertimos en aliadas de la ciudadanía. Esto implica cuestionar ideas preconcebidas, hacer preguntas incómodas y colaborar con las instituciones para promover el diálogo frente al ruido, y la escucha sobre la reacción impulsiva.

En el contexto actual, la comunicación estratégica no es un lujo, sino una necesidad esencial. En un mundo de verdades fragmentadas, el comunicador tiene una responsabilidad renovada: tender puentes donde otros cavan trincheras y hablar con claridad cuando la confusión se convierte en una herramienta política.

Es hora de que entendamos la comunicación no como un medio para vender políticas, sino como políticas en sí mismas.